Julián Busca, tesoro,
Te escribo ésta carta aún
sabiendo que lo más probable es que no llegues a leerla nunca; es triste que en
un mundo tan comunicado cómo éste sea tan complicado hacer llegar una opinión
y, todavía más, conseguir que se comprenda. Pero no pierdo nada por intentarlo
y, además, ahora mismo necesito sacarme el tema de encima y explicarme (y
quiero decir exactamente explicarme, no justificarme). Para que puedas
entenderme bien la escribiré en castellano, cosa que tampoco me supone ningún
esfuerzo adicional, ya que el castellano es mi lengua materna y el catalán la
lengua que empecé a aprender en la escuela, sin que eso me haya supuesto ningún
problema ni ningún defecto adicional a los que ya pudiera tener cuando nací:
los niños, al contrario que la mayoría de adultos, son muy listos.
Mis abuelos son españoles, de Murcia
y Extremadura; se fueron de su tierra buscando un lugar mejor para vivir y
llegaron aquí. Entendieron, como tantos otros, que el proceso de adaptación
pasaba por aprender la lengua del lugar al que habían llegado. Digo aprenderla,
no adoptarla: tengo unos abuelos a los que les gustan los toros y las revistas
del corazón que hablan de monarquías de países que ni siquiera conocen, que los
sábados por la tarde miraban Cine de Barrio y escuchaban Joselito, Roberto
Carlos y La Trinca, que se reúnen con sus muchísimos hermanos y amigos cuando
pueden en el huerto y comen hasta reventar, que han decido apuntarse a los
autobuses de la Imserso y que no entienden la mitad de lo que pone en las
facturas que reciben porque apenas saben leer. Unos abuelos que se podrían
confundir con todos los abuelos del mundo, supongo, pero que además de todo eso
han aprendido el catalán; y es un catalán a veces macarrónico, de acuerdo,
lleno de judías que son munchetas y de naranjas que son taronchas, pero
hicieron el esfuerzo y, sólo por eso (sumado al hecho de ser mis abuelos, claro
está), se merecen todo mi respeto.
La generación posterior, la de
mis padres, vivió sus primeros años de escuela durante el franquismo, y no es
necesario explicar qué pasó durante ésa época, porque cualquier enciclopedia lo
explicará con muchísima más exactitud y detalle que yo y porque, básicamente,
si no tienes ya una ligera idea no es necesario que sigas leyendo: te puedo
decir desde ya que no nos entenderemos. Sigo, pues, y pasando por alto el
franquismo, el postfranquismo, las ideologías políticas y el querer vivir en
armonía con la tierra que habitaban, te resumo que mis padres tienen un nivel
de catalán alto, similar al de cualquier persona de su generación con un mínimo
interés por las cosas y una mente ligeramente abierta.
Mi hermana y yo hemos estado
criadas prácticamente exclusivamente en castellano, y estamos vivas, bien y sin
haber tenido nunca ningún problema por ello. Aprendimos el catalán en la
escuela y lo aprendimos bien, porque quien quiere aprender aprende, y no hay
más. Durante los primeros días de parvulario de mi hermana mi madre le hablaba
en catalán para que fuera cogiendo práctica, hasta que mi hermana se hartó y le
soltó que el català l’ensenya la senyoreta y la mama nos habla en castellano;
punto y final, creo que ésa debe haber sido la única discusión sobre la lengua
que hemos tenido. Si en mi casa nuestro padre nos pedía que le preguntáramos la
hora a nuestra madre y ella nos contestaba que eran las cinco y media, nosotras
correteábamos de vuelta para decirle que eren dos quarts de sis; era automático.
Por mi parte, recuerdo un día que debía haber oído cualquier cosa y estaba muy
nerviosa, pasando el dedo sin parar por las juntas de las baldosas blancas de
la cocina y preguntándole a mi madre si Catalunya tenía que ser un país
independiente; ella, que estaba lavando los platos en la pica, se giró muy
lentamente y me dijo muy tranquila que eso tenía que decidirlo yo misma cuando
creciera y me hiciera grande.
He crecido, me he hecho grande y
he decidido que sí, que Catalunya tiene que ser un país independiente.
La mayoría de mis amigos también
lo piensan; la verdad es que, tal y como están las cosas, es cada vez más
difícil encontrar a alguien que no lo piense. La mayoría de mis amigos son catalanoparlantes
y tienen un nivel más que aceptable de castellano; la verdad es que, tal y como
están las cosas, es completamente imposible no saber castellano. La mayoría de
mis amigos están en entidades que promueven la cultura de forma incluyente, que
se mueven por la adaptación social y que buscan la libertad de los individuos
en la sociedad desde la base y desde el respeto; la verdad es que, tal y como
están las cosas, creo que si no se vive así vivir merece muy poco la pena.
Julián Busca, hace más de diez
años que vives en Catalunya, y la lengua de Catalunya es el catalán, no el
chino: no es tan difícil de aprender. El catalán y el castellano son lenguas de
origen románico, por lo que la raíz es la misma y, aún siendo lenguas distintas
de países distintos, no difieren mucho la una de la otra; te pasará lo mismo
con el francés si vas a Francia o con el italiano si vas a Italia, por ejemplo.
Lo que está claro es que si se quiere entender se entiende, y por lo visto a ti no te apetece entender. Tú te preocupas
porque tus hijas aprendan su lengua materna en un país que para ellas ya no es
extranjero; yo me preocupo porque por culpa de gente cómo tú quizá algún día yo
misma tendré que enseñarles a mis hijos la lengua de su país para que puedan
entenderla.
Filles de Julián Busca, quan
creixeu i us feu grans, si us plau, penseu. Ens fa molta falta gent que pensi.